miércoles, 4 de marzo de 2015

El Bicho

Caminó un poco, no sabía en dónde estaba ni cómo había llegado ahí, todo había sido un sucesión de eventos turbulentos, inexplicables, indefinibles, sensaciones nunca antes experimentadas, sensaciones nuevas, intimidantes, terribles.

Un remolino, idas, venidas, múltiples caídas y después la calma. El suelo era inestable, caminó apresuradamente y al sentir el movimiento se detuvo, esperó pacientemente como su instinto lo indicaba, esperando a que el movimiento cesara y alerta hacia cualquier cambio inesperado.

Esperó algunos momentos, no podría definir cuánto porque para él no existía el tiempo, para él no existía el futuro y el pasado lo olvidaba rápido, el presente era lo único que importaba, seguir con vida en el presente, terminar lo que había llegado a hacer y eso es todo.

Esperó, el movimiento del suelo aún persistía, pero él ya podía moverse, con precaución un paso tras otro sin obligarse a nada, un paso descuidado podía traerle un final impredeciblemente violento y catastrófico, lo más importante ahora era la precaución, si quería continuar con su vida.

Su instinto era bueno, pero carecía de razonamiento, una característica que lo volvía vulnerable en momentos peligrosos.

Caminó cada vez más, un poco más, buscaba regresar, sin saber por dónde, sin conocer la distancia, pero tenía que regresar, llegar, continuar con vida, sólo eso sabía.

Caminó, seguía caminando con precaución para detectar el camino y mantenerse alerta, sintió confianza, continuó la búsqueda, no conocía nada, no entendía lo que pisaba o a dónde llegaba.

Movimiento de nuevo, una oscilación inesperada del suelo, dejó de caminar, esperó un momento, tenía que seguir, había un obstáculo nuevo, algo desconocido, no conocía su existencia hasta ese momento, un material firme pero suave.

Comenzaba a desesperarse aunque no se diera cuenta, aunque no supiera lo que es la angustia, la agonía o el deseo, pero ahí se encontraba sintiéndolo, un verdadero anhelo por volver.

Subió al obstáculo desconocido, quizá ese sería el camino, no parecía amenazante pero era estrecho, apenas cabía sobre él y tenía que seguir, debía ser más cauteloso, aunque no le diera miedo caer.

No lo percibió mucho pero se movió, el suelo en el que estaba se movía de nuevo, de una manera diferente, de pronto hubo una presión de aire sobre él, de nuevo no entendió lo que pasó, pero el movimiento se detuvo, de pronto sintió la necesidad de huir de aquél suelo inestable y en el recorrido de la huida descubrió un terreno diferente, duro y frío, pero firme, un suelo al que se podía aferrar y explorar con mayor libertad. La búsqueda había comenzado de nuevo, la búsqueda de regreso, para comer, para vivir, para volver a empezar, para no perderse.

Alguien lo miraba, alguien miraba su esfuerzo desde lejos y se daba cuenta de todo, de la realidad de la condena a una probable agonía, a una muerte incierta pero destinada, una búsqueda sin encuentro, un laberinto interminable. Si tan sólo aquél no hubiera caído de la rama, si tan sólo no hubiera dejado el árbol, quizá su único día de vida podría durar más.

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