miércoles, 15 de abril de 2015

Evasión





Eran las seis de la tarde, había una pila de deberes acumulados en el escritorio, ropa sobre la cama y en el suelo, libros en el suelo y sobre la cama, hojas escritas aquí y allá, colillas esparcidas por toda la habitación, en los ceniceros, en el suelo, en el tocador, en el escritorio, en todas partes.

Eran las seis de la tarde, sólo había tres líneas escritas sobre el papel, un tic nervioso en su pierna y el movimiento constante del bolígrafo entre los dedos.

Su cabeza apoyada sobre la mano, su mirada iba del papel al reloj, ya era tarde. Tres líneas en el papel y necesitaba diez cuartillas, imposible, tenía quince minutos para salir y correr para alcanzar al camión.

Se rindió, no había salida, una vez más se rindió, una vez más no encontraba opciones, una vez más soltó el bolígrafo. Recargó la espalda en el respaldo de la silla, cerró los ojos, imaginó las situaciones; un fracaso, decepción, desesperación, angustia, conflictos, apretó los párpados, las voces en su cabeza la abrumaban, sus manos apretaban sus muslos.

Una lágrima escapó, abrió los ojos, tragó saliva y con ella se fue el nudo en la garganta, respiró profundo,se relajó un poco, miró a su al rededor, no le gustó lo que vio pero lo aceptó, el desorden no sólo estaba en su habitación, también estaba en su cabeza.

Se levantó, dejó la silla a un lado, paseó por la habitación, miró el reloj, no iría, ya era tarde, no llegaría, no valía la pena llegar, no llevaba nada escrito, no valía la pena ni asomarse, no valía la pena ni el intento.

El nudo en la garganta regresó, aparecieron de nuevo las imágenes torturantes en su cabeza, comenzó a limpiar su cuarto mientras otra lágrima escapaba de su ojo izquierdo, resbaló hasta su boca y saboreó el sabor salado del fracaso.

Levantó los libros, tiró las colillas, ordenó un poco la ropa, había gritos en su cabeza, la tortura semanal; voces, gritos, imágenes, ideas, agonía, todo dentro de su cabeza.

No lo soportaba, se detuvo, abrió la ventana y miró a la calle, el atardecer había llegado, la calle estaba activa, autos y gente moviéndose de un lado a otro, sin conocer su dirección imaginaba sus historias, cualquiera mejor que la propia.

No podía apagarlo, el ruido en su cabeza era cada vez más alto, gritos de desesperanza la acorralaban, estaba a punto de explotar. Se le ocurrió algo, se alejó de la ventana, abrió el cajón y ahí estaba la cajetilla recién empezada, uno más no importaba, sería la última cajetilla y lo dejaría, podía hacerlo, no era vicio ni adicción, era sólo un placer momentáneo, sólo uno, sólo un poco, sólo un rato, para calmar los nervios.

Tomó el encendedor con un poco de culpa, tomó un cigarro y lo puso entre sus labios, lo encendió, cerró los ojos, inhaló el humo y desapareció.