miércoles, 25 de febrero de 2015

Tú y Yo

Corre la cortina y acostémonos juntos, que el mundo no sepa que te tengo entre mis manos y que no quieres escapar.

Acurrucate en mis brazos y dejemos que la noche se escape sin predecir el amanecer, ajenos al entorno, que la luna borre todo y solamente seamos tú y yo.

Tú y yo juntos, tú y yo fundiéndonos en un ambiente de sentimientos incomprensibles pero totalmente existentes, intensos, robando las horas a la mañana.

Que la noche acabe en otro momento, que la noche acabe hasta que nosotros acabemos, con nosotros mismos y uno con el otro.

Que todo sea un sueño eterno, vivamos de ilusiones, de la luna, del amanecer y todo lo que somos y no podemos ser.

Seamos tú y yo juntos y separados, seamos la vida explotando sin aviso, sin permiso. Seamos todo, seamos esa implosión de sentimientos inexplicables, incomprensibles, seamoslo sin desaparecer y desapareciendo en el otro.

Pero sobre todo, seamos tú y yo, nosotros mismos reabriendo la ventana, recorriendo la cortina al amanecer para darnos cuenta que la noche no ha terminado.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Arañas

A la media noche salen las arañas de sus rincones, se dispersan con sus patas veloces por todas las habitaciones. No dejan huella ni rastro, son muy cuidadosas, se protegen de cualquier calamidad indecorosa.

Las arañas trabajan por las noches, sobre la cabeza de sus protectores, tejiendo sueños y anhelos, deseos e ilusiones.

Saltan de una cabeza a otra, tejen sueños y a veces enredan pesadillas, no es su labor la decisión, sino más bien, sólo siguen un patrón, una inestabilidad mental o una calma visceral.

Corren, saltan, suben, bajan, no pueden descansar, navegan de un lugar a otro, por la madeja neuronal.

Si el tiempo cambia algunas morirán, pero el trabajo no puede parar, algunas otras las reemplazarán.

El reloj marca una hora y es momento de despertar, para que ahora las arañas puedan descansa, para que en la siguiente noche, sus propios sueños puedan realizar.


miércoles, 11 de febrero de 2015

Epifanía

Su cabeza se encontraba colgando del barandal, con riesgo de caer directo al precipicio. Caída libre.

Sentía el vértigo que le siguió al miedo, la nausea y la ausencia de cualquier otro sentimiento, sólo se albergaba el instinto de supervivencia en su cuerpo.

No entendía nada, no quería entender, simplemente quería vivir.

A punto de morir lo entendió, sus intentos de suicidio habían sido simples pretensiones, la necesidad de atención, atención que buscaba en otros pero necesitaba de él mismo.

No quería hacer lo que todo moribundo hace, no quería reconciliarse con la idea falsa de vivir, no quería rezarle a ningún dios, no quería proponerse algo irrealizable, no quería pensar en vivir intensamente; él sólo quería regresar a su aburrida vida, quedarse ahí eternamente, disfrutando de la monotonía cómoda donde -acababa de entender- realmente pertenecía y entendía como felicidad.

Tenía ganas de arrepentirse pero no podía, no quería darse permiso, en esos momentos resultaba absurdo pensar en lo irreparable cuando ya no existía y había un final completo a punto de concretarse.

La vida era algo relativo y cambiante, por un lado él ya no poseía el dominio sobre la suya, por otro lado, se había dado cuenta que nunca lo había tenido; y entonces, la nada, la incomprensión sobre el concepto, la realidad, la existencia de la vida, la total relatividad, la ausencia de la razón.

Su cabeza se encontraba colgando del barandal, en riesgo de caer al precipicio. Caída libre. Se había quedado la expresión de pánico y dolor que había experimentado mientras la cortaba, pero los ojos ya no mostraban nada.

lunes, 2 de febrero de 2015

El Monstruo.

Había una vez un monstruo que vivía debajo de la cama, juntaba sábanas, colchas y almohadas para su casa. Llaves, llaveros y cosas brillantes para adornarla; chocolates, chicles, dulces, caramelos para comer.

El monstruo vivía en las sombras, no le gustaba la oscuridad y la luz le lastimaba, pero en las sombras podía vivir tranquilo, respirar, comer, cantar, bailar, jugar... ser feliz en las sombras.

El monstruo no conocía la tristeza o el enojo, pero sabía de la melancolía y añoranza; eso era lo que propagaba sin saberlo, al rozar, al tocar a una persona, provocaba en ella ganas del pasado o de algo inexistente. El monstruo de la melancolía, de la añoranza, de los sabores pasados.

El monstruo festejaba la vida, plantaba deseos e ilusiones, los dejaba crecer sin medida hasta que inundaran la casa donde vivía, regocijado de emociones.

El monstruo llevaba sus cosas consigo cuando se mudaba, pero al irse, no podía llevarse los deseos y las ilusiones las dejaba para plantar nuevas en algún otro lugar.

No hay que temerle al monstruo, el monstruo ni se entera si estás ahí, deja que te toque para tener un poco de melancolía, cosecha sus plantas, come una de sus semillas y deja crecer dentro de ti, alguna nueva ilusión perdida.